Elia
Kazan protagonizó uno de los mayores escándalos de la historia de Hollywood
cuando declaró en la Comisión de Actividades Antiamericanas contra muchos de
sus colegas e incluso amigos que militaban o simpatizaban con el partido
comunista de EEUU. En consecuencia, sufrió el vacío de toda la industria, de
sus amigos, de los que habían trabajado con él y, por supuesto, de todos los
productores y las majors de la meca del cine. Su venganza fue esta película,
una de las más aclamadas de su filmografía y, por lo tanto, tratándose de uno
de los mejores directores de la historia, una de las más aclamadas del cine
mundial.
¿De qué va?
En los
muelles del río Hudson, la mafia controla toda la mercancía que entra y sale en
barco de Hoboken. Todos están atrapados en manos de un gángster llamado Johnny
Friendly (Lee J. Cobb). Pero el ex-boxeador Terry Malloy (Marlon Brando) le delata y le inculpa en el
asesinato de un hombre que quería declarar lo que estaba sucediendo. Con la
Ayuda de Edie (Eva Marie Saint), hermana del hombre asesinado, luchará por cambiar lo establecido
y que el sindicato de estibadores deje de estar manipulado por la mafia.
La crítica
La película acaba convirtiendo al delator en un héroe, en el Robin Hood de los estibadores, convirtiendo a Kazan, de paso, en un incomprendido que hizo lo que hizo por América, no por chivato. Se quiere justificar y lo consigue con una historia donde el Hollywood dorado, lleno de dólares y progresista, se convierte en un muelle de carga poblado de obreros poco cualificados, de clase baja y dispuestos a sufrir a cambio de unos pocos centavos.
Si hubiera que poner un pero, que ya que estamos se lo vamos a poner, podríamos decir que el estilo interpretativo del Actor’s Studio, de donde provenía todo el elenco, es (como siempre) un poco demasiado histriónico, más apto para el teatro que para el cine, pues en el plano corto, y esta película está llena de primeros planos, se ve demasiado exagerado tanto en sus gestos como en la declamación de los textos. El punto álgido de tanto histrionismo es sin duda el discurso del Padre Barry (Karl Malden) a los pies del cadáver de un estibador.
En general, es una gran película, llena de grandes diálogos (“Siempre han dicho que soy un inútil, Edie”, qué frase tan dolorosa dicha con tanta desazón..!), muy buenas interpretaciones, y la satisfacción del director de saberse uno de los grandes, de demostrarlo y de demostrar al mundo que todo es según el color del cristal con el que se mira.
Ante
todo, hay que poner la película en contexto y repasar un poco la historia:
hacía dos años que Elia Kazan, uno de los más reconocidos directores de cine
del Hollywood de los años dorados, había hecho la famosa declaración en el
juicio de la caza de brujas, dando nombres y apellidos, delatando a compañeros
que habían perdido su prestigio, su carrera, a sus familiares y cualquier
atisbo de posibilidad de recuperarse. Hollywood odiaba a Kazan y le ninguneaba,
sólo algún productor extranjero le ofrecía películas malas ('Fugitivos del
terror rojo', 1952, reconocida por el propio director como su peor film) y
ninguno de los grandes actores del momento quería trabajar con él. Pero él, que
no se arrepentía (ni lo hizo jamás, como escribió en su autobiografía) de su
declaración, estaba preparando junto a Budd Schulberg su venganza personal de
la mejor manera que sabía hacerlo, con una película.
El
resultado es esta 'La ley del silencio', donde el director refleja a la
perfección su talento para la dirección de actores. Crea escenarios y
diálogos perfectos para cada uno de los personajes, haciendo que crezcan y parezcan mejores de lo que seguramente eran en realidad.
La película acaba convirtiendo al delator en un héroe, en el Robin Hood de los estibadores, convirtiendo a Kazan, de paso, en un incomprendido que hizo lo que hizo por América, no por chivato. Se quiere justificar y lo consigue con una historia donde el Hollywood dorado, lleno de dólares y progresista, se convierte en un muelle de carga poblado de obreros poco cualificados, de clase baja y dispuestos a sufrir a cambio de unos pocos centavos.
Una vez
aclarado el contexto histórico, hablemos de la película en su vertiente
artística. Sobre la dirección no se puede decir más que una cosa: sublime. Ni
un pero, ni un fallo, ni una pizca de indolencia o de salida en falso, ningún
cabo por atar. Todo está bien porque Kazan puso su talento al servicio de sí
mismo, sabiendo que en esta película le iba la carrera y el ser o no ser
alguien en Hollywood. Se sirve de un guión trabajado a fondo por Budd
Schulberg, que se involucró tanto en el proyecto que, de tanto visitar los
muelles, los estibadores lo consideraban uno de los suyos.
A nivel
interpretativo hay varias cosas a destacar: por un lado tenemos a Marlon Brando
haciendo uno de sus mejores interpretaciones, donde continuó forjando su
leyenda de chico malo pero con un fondo tierno como se demuestra en la escena
en que, haciendose el chulo, acaricia y quita el polvo del guante de la chica.
Nos muestra con una sola pose las dos caras de su personaje. Por otro lado,
tenemos el debut en pantalla de Eve Marie Saint, a la que veríamos más adelante
en un registro muy diferente, en ‘Con la muerte en los talones’. Es cierto que
su papel no requiere nada del otro mundo, pues aunque es un papel principal no
tiene mucho fondo, y actúa más de punto de inflexión en la vida del
protagonista que no de una forma propia.
Y por
supuesto hay que destacar el gran grupo de secundarios: a Karl Malden haciendo
de padre Barry, que lucha al lado de los oprimidos. A Rod Steiger interpretando
al hermano de Terry Malloy, un hombre atrapado en los lazos de la mafia. A Lee
J. Cobb (o Lee Jacob, según la fuente) en el papel de capo mafioso. A Pat
Henning, a John Hamilton, a Arthur Keegan, a Martin Balsam... y un larguísimo
etcétera. Esta no deja de ser una película coral que tiene papel para todo el
mundo y donde todo el mundo tiene su papel, por pequeño que sea. Al fin y al
cabo, todo el film gira en torno a la muerte de Joey Doyle, que apenas aparece
dos segundos al principio del metraje.
Si hubiera que poner un pero, que ya que estamos se lo vamos a poner, podríamos decir que el estilo interpretativo del Actor’s Studio, de donde provenía todo el elenco, es (como siempre) un poco demasiado histriónico, más apto para el teatro que para el cine, pues en el plano corto, y esta película está llena de primeros planos, se ve demasiado exagerado tanto en sus gestos como en la declamación de los textos. El punto álgido de tanto histrionismo es sin duda el discurso del Padre Barry (Karl Malden) a los pies del cadáver de un estibador.
El gran
patinazo de este film, y reconozco que me duele en el alma reconocerlo, es la
banda sonora de Leonard Bernstein, uno de los más grandes compositores (no sólo
de bandas sonoras, sino compositores a secas) del siglo XX, que nos ofrece su única
composición para una película no musical, el resultado de la cual debe ser la
razón por la que no repitió en esta faceta. Es un verdadero desatino. Una
lamentable secuencia de estruendosos violines. Un no parar de golpes musicales
sin sentido. Y es que Bernstein era tan bueno explicando historias con música ('Un día en Nueva York', 'West Side Story',...),
que limitarse a acompañar la historia no le permitía exhibirse ni desarrollar
todo su talento.
En general, es una gran película, llena de grandes diálogos (“Siempre han dicho que soy un inútil, Edie”, qué frase tan dolorosa dicha con tanta desazón..!), muy buenas interpretaciones, y la satisfacción del director de saberse uno de los grandes, de demostrarlo y de demostrar al mundo que todo es según el color del cristal con el que se mira.
Información de más
- La película ganó 8 premios Oscar, siendo la gran triunfadora de la gala de 1954: mejor película, mejor director, mejor actor (Marlon Brando), mejor actriz secundaria (Eva Marie Saint), mejor guión, mejor fotografía en blanco y negro (entonces había dos premios, uno para color y otro para B/N), mejor montaje y mejor dirección artística para B/N (ídem).
- Frank Sinatra debía interpretar a Terry Malloy, pero el productor prefirió a Brando, que era más joven y se adaptaba mejor al papel, aunque no tuviera aún el gancho entre el público que tenía el cantante.
- Tres de sus actores masculinos fueron nominados a mejor secundario: Rod Steiger, Karl Malden y Lee J. Cobb. Aunque el premio fue para Edmond O'Brien, por 'La condesa descalza'
- Marlon Brando solo trabajaba, por contrato, hasta las 4 de la tarde, porque debía acudir a sus sesiones de psicoterapia a diario.
Nota final: 8
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